
No bien hubo oído el búho, que estaba en un rincón durmiendo, lo de la proclama, cuando movió sus redondos ojos, tomando un aspecto más misterioso que nunca.
-¡Allah Akbar! -exclamó-. ¡Dichoso el mortal que lleve a cabo la curación, si sabe lo que le conviene escoger entre todos los objetos del tesoro real!
-Prestad atención, ¡oh príncipe!, a lo que os voy a relatar: Habéis de saber que nosotros los búhos somos una corporación muy ilustrada y que nos dedicamos a investigar las cosas oscuras e ignoradas. Durante mi última excursión nocturna por las torres y chapiteles de Toledo descubrí una, academia de búhos anticuarios que celebraba sus sesiones en una gran torre abovedada, donde está depositado el real tesoro. Estaba disertando sobre las formas, inscripciones y signos de las vasijas de oro y plata hacinadas en la tesorería, y acerca de los usos de los diferentes pueblos y edades; pero lo que despertaba un interés preferente eran ciertas antigüedades y talismanes que existían allí desde el tiempo del rey godo Don Rodrigo. Entre estos últimos se encontraba un cofre de sándalo cerrado con barras de acero a la usanza oriental, con caracteres misteriosos conocidos solamente por algunas personas doctas. De ese cofre y de sus inscripciones se había ocupado la Academia durante varias sesiones, dando motivo a largas y acaloradas discusiones. Al hacer yo mi visita, un búho muy anciano, recientemente llegado de Egipto, se hallaba sentado sobre su tapa descifrando sus inscripciones, resultando de su lectura que aquel cofrecillo contenía la alfombra de seda del trono del sabio Salomón, la cual, sin duda, había sido traída a Toledo por los judíos que se refugiaron en ella después de la destrucción de Jerusalén.
Cuando el búho terminó su discurso sobre antigüedades quedó el príncipe abstraído por algún tiempo en profundas meditaciones, exclamando al fin:
-He oído hablar al sabio Eben Bonabben de las ocultas propiedades de ese talismán que desapareció con la ruina de Jerusalén, y que se ha creído perdido para la humanidad. Sin duda alguna, sigue siendo un secreto misterioso para los cristianos de Toledo; si yo pudiese apoderarme de él, era segura mi felicidad.
(Continuará) Del libro "Cuentos de la Alhambra" de Washington Irving