miércoles, 17 de junio de 2009

ANI CHOYING DOLMA

Se hizo monja para huir de un padre maltratador. Allí cambió su vida. Su nombre es conocido entre los devotos de la «world music». Ahora relata sus experiencias en «La canción de la libertad»

No deja de masajearse las manos poco femeninas, manos curtidas en el durísimo trabajo cuando era niña, cuando crecía esquivando los trompazos de un padre borrachuzo y colérico, que estuvo a punto de matarla a golpes en varias ocasiones. Se refugiaba en las películas de Bollywood y en su indómita fuerza interior. Hasta que Ani Choying Dolma (www.choying.com), vio la luz y su vida se iluminó: apenas era una cría pero decidió profesar de monja en un monasterio budista. Ya nada fue igual. A su manera de cantar los mantras, una intensa experiencia para el oyente, no le hizo oídos sordos un productor. Grabó discos, recibió premios, colaboró con Tracy Chapman, y realiza giras por todo el mundo, con fines benéficos, para su fundación Nuns Welfare de ayuda a las monjas de Nepal y la escuela para niñas maltratadas Arya Tara School.
Choying ha relatado estas experiencias en «La canción de la libertad» (Ed. B), libro también benéfico. Además de conocer al Dalai Lama, de conducir su propio jeep por los riscos nepalíes, de haber creído que el amor sólo le interesaba en el cine («Ja, ja, así veía la vida cuando era jovencilla») de rezar, cantar y escribir, Ani Choying tiene un lema inseparable: «Soy una guerrera, y mis armas son el amor y la compasión». Pero poner la otra mejilla, aunque sea budista, no es fácil: «Todo ser humano -explica- anhela la felicidad, no anhela el sufrimiento. Y hay que hacer crecer esa idea, porque el sufrimiento sólo engendra odio».
Cantar para ella es, además de «otra forma de meditación espiritual», una completa «bendición», y ser aclamada por el público en latitudes y longitudes de todo el planeta, casi como una estrella de rock, es importante «no por mi ego, sino porque la fama y el éxito me permiten proporcionar felicidad a mucha gente».
La imagen de los monjes a la cabeza de la lucha por la democracia ha dado la vuelta al mundo. Algo que para Dolma tiene su origen en los preceptos del budismo que «llaman a la misericordia y a la compasión, lo que lleva a estos monjes a alzar la voz contra la opresión en nombre de aquellos que no se atreven a alzarla».
Y todo lo ha dicho bajito, muy bajito, como hablando para ella misma. Pero la escucha medio mundo. Mientras, y como despedida, sus ojos se iluminan con la intensidad de un amanecer al pie del Himalaya, cuando alguien deja entre sus manos un disco de los cantos gregorianos de los monjes de Silos.