A Baudelaire, la escultura del XIX le aburría soberanamente y se preguntaba por qué. En 1905 los fauvistas irrumpieron como fieras en la pintura reaccionando violentamente contra el impresionismo. En escultura, algo cambió ese año con la «Mediterránea» de Maillol, que sale por vez primera de París. El objetivo de una nueva generación de escultores era «matar» a Rodin. Pero, ¿consiguieron olvidarlo? ¿Había vida después de Rodin? Para dar respuestas a esas preguntas y explicar el nacimiento de la escultura moderna, nada mejor que una exposición que, tras su paso por el Museo d´Orsay de París, donde ha recibido 170.000 visitas, recala ahora en la Fundación Mapfre (Paseo de Recoletos, 23). Por estas salas han pasado las esculturas de Degas, Rodin y Camille Claudel. Ahora nos relata otro capítulo de esta apasionante historia.
La muestra abarca un periodo muy corto (de 1905 a 1914). Apenas una década en la que París era un auténtico crisol de escultura. A partir de 1900 coincidieron allí jóvenes escultores de toda Europa: había españoles (Picasso, Gargallo, Julio González, Manolo Hugué, Enric Casanovas, Josep Clarà...), alemanes (Lehmbruck), rusos (Archipenko), rumanos (Brancusi), italianos (Modigliani)... Todos ellos acudieron a París atraídos por Rodin. Él era el auténtico patriarca, el amo y señor de la escultura. Había dictado durante años el canon escultórico y era el referente indiscutible. Algunos incluso se convirtieron en ayudantes del maestro. Es el caso de Brancusi o Clarà. En ese cambio de siglo Rodin actúa como una especie de bisagra: representaba el fin de la escultura tradicional y el comienzo de la moderna. Sus obras -teatrales, dramáticas, en bronce, muchas de ellas públicas...- constituyen un punto de inflexión entre tradición y modernidad. Rebelde ante el academicismo, le obsesionaba captar el cuerpo en movimiento mediante posturas y gestos extremos; en ocasiones el cuerpo se fragmentaba y se reducía al torso.
Ni contigo ni sin ti...
Los jóvenes escultores que se dan cita en París se debaten entre «ni contigo ni sin ti» y «me cuesta tanto olvidarte». Eran conscientes de que debían romper con el maestro, pero ni se atrevían ni sabían bien cómo hacerlo. Poco a poco se van alisando los modelados, se buscan las formas esenciales, cada vez más simples (cilindros, conos, esferas), al tiempo que se proclama una vuelta al origen primigenio de la escultura.
Catherine Chevillot, conservadora de escultura del Museo d´Orsay y comisaria de la exposición, ha seleccionado un nutrido grupo de esculturas. Las carencias del montaje en el d´Orsay (era caótico y poco atractivo) se han solventado con éxito en las salas de la Mapfre, mucho más versátiles para exposiciones. El recorrido arranca con el yeso del «Balzac» de Rodin. A continuación apreciamos cómo se acercan, pero también se alejan los jóvenes escultores del maestro. Hay temas recurrentes en todos ellos, como la mujer de rodillas o en cuclillas. «La oración» de Brancusi se exhibe junto a «La arrodillada» de Lehmbruck, artista alemán poco conocido fuera de su país, pero que se redescubre en esta muestra. También cobran especial fuerza los escultores españoles, que por primera vez abandonan una visión localista y se integran en el discurso de la escultura internacional de la época. Algo de lo que se siente especialmente orgulloso Pablo Jiménez, director del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre. Cierran la exposición el yeso de «El Pensador» de Rodin, y «El hombre sentado», de Lehmbruck. Parece evidente que, por mucho que lo intentara, la escultura moderna no pudo olvidar a Rodin.