Enfurecido el rey, hizo venir a su tesorero y le dijo:
-¡Ay, señor! Nosotros no conocíamos sus propiedades, ni pudimos jamás descifrar la inscripción del cofre. Si es, efectivamente, la alfombra del trono del sabio Salomón, tiene poder mágico para transportar por el aire al que la posea.
El rey reunió un poderoso ejército y se dirigió hacia Granada en persecución de los fugitivos. Después de una caminata larga y penosa acampó en la Vega, enviando en seguida un heraldo a pedir la restitución de su hija.
El rey de Granada en persona le salió a su encuentro con toda su corte, y reconocieron en él al cantor árabe -pues Ahmed había subido al trono a la muerte de su padre, habiendo hecho su sultana a la hermosa Aldegunda.
El rey cristiano se aplacó fácilmente cuando supo que su hija continuaba fiel a sus creencias, no porque fuese muy devoto, sino porque la religión fue siempre un punto de orgullo y etiqueta entre los príncipes. En vez de sangrientas batallas hubo muchas fiestas y regocijos, y, concluidos éstos, volviose el rey muy contento a Toledo, continuando reinando los jóvenes esposos tan feliz como acertadamente en la Alhambra.
Debo añadir que el búho y el papagayo siguieron al príncipe a marchas descansadas hasta Granada, viajando el primero de noche y deteniéndose en las distintas posesiones hereditarias de su familia, mientras que el otro fue asistiendo a las reuniones más distinguidas de las ciudades y villas que se hallaban en el tránsito.
Ahmed, agradecido, remuneró los servicios que le habían prestado durante su peregrinación, nombrando al búho su primer ministro y al papagayo su maestro de ceremonias. Es ocioso, pues, el decir que jamás hubo reino tan sabiamente administrado ni corte más exacta en las reglas de la etiqueta.
FIN. Del libro "Cuentos de la Alhambra" de Washington Irving