viernes, 19 de junio de 2009

Oscar Wilde y lord Alfred Douglas


Oscar nació en Dublín en 1854. Su padre, sir William Wilde, era un famoso cirujano de oídos y ojos, además de escritor folclorista. Su madre, lady Jane, era poeta (con el seudónimo de Speranza), gigantesca y genial. Con su inmensa altura y su inteligente excentricidad, Speranza mantenía un salón de contertulios de primer orden. Un invitado alabó un día a una persona diciendo de ella que era respetable, y Speranza contestó con esa loca grandeza tan wildeana: "Nunca emplee la expresión respetable en esta casa. Sólo los comerciantes son respetables; nosotros estamos por encima de la respetabilidad". En ese caldo de cultivo creció Oscar: atrevido, transgresor, valiente, feliz merodeador de la frontera. "Seré poeta, escritor, dramaturgo", dijo a los veintipocos años: "De un modo u otro, seré famoso; y, de no conseguirlo, seré al menos notorio". Terrible maldición, la del deseo cumplido.


Era un bicho raro desde muy pequeño. En primer lugar, por su aspecto: tan alto, tan lánguido, tan pálido, con esas carnes mórbidas y blandas y ese culo tan grueso (del que, por otra parte, él se sentía orgullosísimo). Sus rasgos, contemplados por separado, podrían ser definidos como bellos: la boca, grande y sensual; la nariz, aquilina; los ojos, soñadores. Pero en conjunto se percibía una desmesura fatal, como si hubiera en él algo fisicamente erróneo que le conviertiera en un personaje monstruoso. Esa mezcla inquientante entre la atrocidad y la hermosura terminó siendo el emblema de su vida.


En vez de amilanarse por su diferencia, Oscar, apoyado en su propio talento y seguramente en la fuerza de su madre, creció a favor de su rareza y se construyó a sí mismo como un espectáculo público. Siendo aún un estudiante, llevaba el pelo muy largo, vestía de modo alucinante y se comportaba con perfeca y coherente extravagancia. Sus habitaciones de Oxford estaban llenas de lirios y porcelanas azules: "Cada día me resulta más difícil mantenerme a la altura de mi porcelana azul". A veces hubo de defenderse a puñetazo limpio de la burla de sus compañeros más estúpidos, ero era un chico airoso, gracioso, vitalista. Tuvo muchos amigos (Wilde siempre tuvo grandes amigos porque eraunhombre fundamentalmente bueno y generoso) y ganó todos los premios académicos en su especialidad, el griego y la cultura clásica. Elefantino y extrañocomo era, también supo ser un triunfador.


(Continuará) Texto de Rosa Montero, de un artículo publicado en "El País Dominical" en 1998.