sábado, 20 de junio de 2009

El ruiseñor y la rosa de Oscar Wilde


-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.


-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.


Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.


-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.


-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.


-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.


-Llora por una rosa roja.


-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!


Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.


Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.


(Continuará)