Bosie metió a Wilde en un infierno; le gritaba, le maltrataba; no le dejaba trabajar; le absorbía todas las horas de su existencia; como era un exhibicionista, obligaba a Oscar a lucirle delante de todo Londres, provocando el consiguiente y peligroso escándalo; y además le inducía a gastar en él y en prostitutos todo el dinero que no tenía: "Recuerdo muy bien la dulzura de pedirle dinero a Oscar", explicó Bosie en sus memorias: "Era una dulce humillación y un exquisito placer para los dos". Era una relación enfermiza, aniquilante. Wilde intentó dejar a su amante varias veces; en una ocasión, incluso convenció a la madre de Douglas para que le quitara de en medio y le enviara varios meses a Egipto (cosa que hizo); pero Bosie bombardeó a Wilde con telegramas, cartas, súplicas. Incluso pidió a Constance que intercediea por él, y, cuando nada de esto dio resultado, amenazó con suicidarse (de lo cual tenía antecedentes en la familia). De modo que al final Wilde se ablandó.
Douglas era hijo del marqués de Queensberry, un tipo atrabiliario y medio loco. Bosie y su padre se odiaban, y el chico utilizó a Wilde en su lucha contra el marqués. Un día, Queensberry encontró a su hijo con Oscar en un café. Para entonces, todo Londres conocía la relación; un tipo había publicado una novela en clave, El clavel verde, en la que describía, con nombres ficticios, a Bosie y Wilde. Por otra parte, el hijo mayor del marqués se había suicidado tras ser sometido a chantaje por homosexual. Todo esto tenía a Queensberry, como es comprensible, muy sublevado; de modo que escribió una carta a su hijo diciéndole que, o dejaba de ver a Oscar, o le desheredaba. Ante el horror de Wilde, Bosie respondió a esta carta más o menos civilizada con un telegrama que decía: "Eres un enano ridículo". La guerra había comenzado.
Quince días después del estreno de La importancia de llamarse Ernesto, el marqués dejó una tarjeta en el club de Oscar que decía: "Para Oscar Wilde, que pasa por (o se hace pasar por) somdomita (sic)". A Wilde le habían llamado muchas cosas a lo largo de su vida de notoriedad; le habían insultado y desairado infinidad de veces, y nunca había cometido la torpeza de contestar. En este caso, sin embargo, y sin duda espoleado y aturullado por el furor de Bosie hacia su padre (Bosie inundaba a Oscarde cartas llamándole cobarde), decidió demandar al marqués por difamación.
(Continuará) Texto de Rosa Montero, publicado en "El País Dominical" en 1998.