jueves, 25 de junio de 2009

Oscar Wilde y lord Alfred Douglas


Mientras tanto, Bosie, en Francia, hacía de las suyas: intentó publicar en un periódico las apasionadas cartas de amor que Wilde le había escrito durante el proceso (lo cual no podía sino hacer más daño al escritor). Desde su celda, Oscar se espantó; para entonces se había dado cuenta de que Bosie era un frívolo y un malvado: "Durante los res últimos años he estado enloquecido, y si vuelvo a ver a Douglas le mataré". Bosie, presionado por los amigos del escritor, no publicó las cartas, pero sí un artículo pomposo: "Estoy orgulloso de haber sido amado porun gran poeta que quizá me estimó porque reconoció que, además de un bello cuerpo, yo tenía una bella alma.


Cuando Wilde salió de la cárcel, a los dos años exactos de su condena, estaba enfermo y definitivamente roto. Sus amigos decidieron trasladarle a Francia y reunieron un dinero a escote para él. Al principio Oscar no quería ver a Douglas, pero Bosie volvió a inundarle de histéricas cartas y, cuatro meses después de recuperar la libertad, Wilde se reunió con él en Rouen: "Todo el mundo está furioso contra mí por haber vuelto contigo, pero es que no nos comprenden", dijo el pobre Oscar, volviendo a pintar la ruin personalidad de su amante con los brillantes colores de su imaginación. Pero ahora ya no era como antes; ahora Oscar no era el autor de más éxito, sino un hombre derrotado, un apestado. Ya no adornaba nada; así es que, al poco tiempo, Douglas le abandonó: "Cuando mi dinero se terminó, se fue", escribió Wilde a un amigo; "Es, por supuesto, la más amarga experiencia de una amarga vida".


Después de eso, Oscar malvivió aún un par de años con la magra pensión que le pasaba la constante Constance; pero estaba acabado, ya no podía escribir, había perdido todo apego a la vida. En otoño de 1900 se le agravó una dolorosa otitis (un mal contraído en prisión) y acabó convirtiéndose en una meningitis. Sufrió mucho: "No sabía que era tan doloroso morir: pensé que la vida había acaparado todas las agonías". Falleció en brazos del fiel Robert Ross, a los 46 años y en la extrema pobreza: "Estoy muriéndome por encima de mis posibilidades". Bosie llegó a todo correr, cerrada ya la caja, para protagonizar el espectáculo: "Desempeñé el papel de cabeza de duelo en su funeral", se ufana en sus memorias. Sólo le faltó bailar descalzo sobre su sangre.


FIN.

Texto de Rosa Montero, de un artículo publicado en "El País Dominical" en 1998.