sábado, 20 de junio de 2009

Oscar Wilde y lord Alfred Douglas


Según Richard Ellmann, autor de una deslumbrante biografía sobre Wilde, el escritor salió e Osxford sifilítico. Durante dos años se medicó, según los usos de la época, con mercurio, lo cual le dejó los dientes negros y no le curó (aunque el creyó que sí). La enfermedad la había cogido con una prostituta, porque Wilde se relacíonó sexualmente con mujeres (y sólo como mujeres) durante mucho tiempo. Escribía odas a las piernas de los muchachos griegos y se besuqueó con algunos hombres (el poeta Walt Whitman entre ellos), pero hasta pasados los treinta no hizo más. Probablemente no se atrevió: la sociedad victoriana en la que vivía era terriblemente puritana y violenta con su homofobia. Tuvo un par de novias (o algo así) y, por último, se casó a los 29 años con Constance Lloyd, una mujer hermosa, inteligente y leal que tenía tres años menos que él.


Según todos los testigos, al principio de su matrimonio Wilde estaba muy enamorado. Debía de sentirse feliz al creerse rescatado de su homosexualidad: la vida era mucho más cómoda desde la ortodoxia. En seguida tuvo dos hijos con Constance; Wilde los adoraba y escribió para ellos sus preciosos cuentos de hadas. Pero la mujer-madre se transmutó para él en un objeto sexual imposible de soportar: "Cuando me casé, mi esposa era una hermosa muchacha blanca y esbelta como un lirio (...). Al cabo de un año se había convertido en algo pesado, informe y deforme (...) con su espantoso cuerpo hinchado y enfermo por culpa de nuestro acto de amor". De algún modo, consiguió que Constance aceptara el fin de sus relaciones sexuales (Ellmann dice que la convenció de que padecía una recurencia de la sífilis). Siempre se trataron bien, sin embargo; siguieron viviendo juntos y se quisieron. Poco después, Robert Ross, un muchacho de 17 años ya experto en estas lides, sedujo al pardillo Wilde y se lo llevó a la cama. Eso fue en 1886, y Oscar tenía 32 años. Pasado el enamoramiento primero, el encantador Ross se convirtió en su mejor amigo.


(Continuará) Texto de Rosa Montero, de un artículo publicado en "El País Dominical" en 1998.