sábado, 13 de junio de 2009

Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel o el Peregrino del amor


El búho salió también por la noche, y, cerniéndose por encima de la ciudad, fue posándose en los tejados y chimeneas. Después se dirigió hacia el palacio real, que ocupaba la parte más elevada de Toledo, revoloteando por sus terrados y adarves, escuchando por todas las hendiduras y mirando con sus grandes ojos saltones a todas las ventanas donde había luz, asustando en su expedición nocturna a dos o tres damas de honor; y hasta que la aurora principió a despuntar tras la montaña no regresó a contar al príncipe lo que había visto.


-Estando observando -le dijo- hacia una de las torres más elevadas del palacio, vi al través de una ventana a una hermosa princesa reclinada en su lecho y rodeada de médicos y sirvientes, la cual se negaba a tomar lo que los circunstantes la recetaban. Cuando aquéllos se retiraron, sacó una carta de su señor, la leyó y la besó tiernamente, entregándose después a amargas lamentaciones; visto lo cual, a pesar de ser tan filósofo, no pude por menos de conmoverme.


Entristeciose el delicado corazón de Ahmed al oír tales noticias.


-¡Cuán verdaderas eran vuestras palabras, oh sabio Eben Bonabben! -exclamó-. Cuidados, penas y noches de insomnio son el patrimonio de los amantes. ¡Allah preserve a la princesa de la funesta influencia de eso que llaman amor!


Noticias recibidas posteriormente de Toledo corroboraron las comunicadas por el búho. La ciudad, en efecto, era presa de la más viva inquietud y alarma, y la princesa, entretanto, había sido llevada a la torre más alta del palacio y se custodiaban con gran vigilancia todas las avenidas. Se apoderó de la bella Aldegunda una melancolía devoradora cuya causa nadie pudo explicar, rehusando el tomar alimento y desatendiendo las frases de consuelo que le dirigían. Los médicos más hábiles ensayaron todos los recursos de la ciencia, mas todo en vano, llegándose a creer que la habían hechizado; por lo que el rey publicó una proclama declarando que el que acertase a curarla recibiría la joya más preciada de su tesoro real.


(Continuará) Del libro "Cuentos de la Alhambra" de Washington Irving.