
Volvíase el príncipe al papagayo y le dijo:
-¡Oh vos, la más perfecta de todas las aves! Ya que tenéis el don de hablar como los hombres, dirigíos a aquel jardín, buscad al ídolo de mi alma y decidle que el príncipe Ahmed, peregrino de amor, guiado por las estrellas ha llegado en su busca a las floridas riberas del Tajo.
Orgulloso el papagayo con su embajada, voló al jardín remontándose por encima de sus altos muros, y, después de cernerse por algún tiempo sobre sus vergeles y alamedas, posose en el balcón de un pabelloncito que daba al río. Desde allí, mirando al edificio, descubrió a la princesa reclinada en un cojín y fijos los ojos en un papel, deslizándose dulcemente lágrima tras lágrima por sus níveas mejillas.
Después de haber puesto en orden el papagayo el plumaje de sus alas, de arreglarse su brillante vestido verde y levantar su penacho, púsose al lado de la princesa con aire muy galano, diciéndole lleno de ternura:
-Enjugad vuestras lágrimas, ¡oh vos, la más hermosa de todas las princesas!, pues vengo a traer la alegría a vuestro corazón.
Sorprendiose la princesa al oír estas palabras, pero como no viese delante de sí a nadie más que a un pájaro vestido de verde saludándola y haciéndole reverencias, dijo:
-Papagayo y todo, he consolado a muchas hermosas damas en mis buenos tiempos; pero dejemos eso a un lado. Sabed que ahora vengo embajador de un personaje real: Ahmed, príncipe de Granada, ha venido en busca vuestra, y está acampado en este mismo momento en las floridas márgenes del Tajo.
Al oír estas palabras brillaron los ojos de la hermosa princesa con más fulgor que los diamantes de su corona.
-¡Oh amabilísimo papagayo! -gritó enajenada de alegría-. Felices son, en verdad, las nuevas que me traes, pues ya me encontraba abatida y enferma de muerte, dudando de la constancia de Ahmed. Vuela a él y dile que tengo grabadas en mi corazón las apasionadas frases de su carta, y que sus poesías han servido de pábulo a mi alma. Dile también que se disponga a demostrarme su amor con la fuerza de las armas, pues mañana, decimoséptimo aniversario de mi nacimiento, prepara el rey mi padre un gran torneo en el que lucharán bizarramente varios príncipes, siendo mi mano el premio del vencedor.
(Continuará) Del libro "Cuentos de la Alhambra" de Washington Irving