Octavio tardó un año en venir. En ese tiempo, Cleopatra mandó construir su propio sepulcro, envenenó a unos cuantos prisioneros para investigar cuál era la ponzoñas que menos dolores producía y creó la Sociedad de la Muerte, una cofradía dedicada al intenso disfrute de la vida frente al próximo fin. Y así, en Alejandría corría el vino y las noches se consumían en orgías fenomenales, mientras resonaban cada vez más cerca los tambores de guerra. Durante el día intercambiaban correos con Octavio. Antonio quería conservar la cabeza, pero Octavio no estaba dispuesto a perdonarle. Cleopatra, por su parte, comenzó anegociar bajo cuerda con el vencedor: intentaba salvar su propia vida y la de sus hijos. Cuando al fin llegaron las tropas enemigas, Cleopatra ordenó secretamente al ejército egipcio que no se resistiera. Era lo adecuado; pero Antonio, que sabía que la rendición significaba ara él una muerte segura, consideraba esta pasividad una traición. De nuevo volvía a sospechar de ella: y esta vez, con razón.
Cuando Octavio alcanzó las puertas de la ciudad, el peligro debía de ser tan grande para Cleopatra, tanto por parte del enemigo como de Antonio, que la reina se encerró con dos esclavas en su sepulcro e hizo correr el rumor de que se había matado. Al conocer la noticia, Antonio comprendió que todo había acabado; intentó suicidarse, pero como era un cobarde lo hizo mal. Se había clavado la espada en el vientre, y se retorcía entre grandes dolores pidiendo a gritos que lo remataran. Nadie se atrevió. Cleopatra, al saber de su estado, ordenó que lo trajeran al sepulcro; como la puerta se encontraba sellada, tuvieron que atar a Antonio con una cuerda e izarlo a través de una ventana. Fue una escena torpe, trágica, patética, con el corpulento romano colgado de la soga, un fardo ensangrentado y bamboleante, mientras Cleopatra y sus dos esclavas le subían a pulso con gran dificultad. Dentro ya de la tumba, Antonio murió al fin en brazos de su amada. Dicen que ella le lloró amargamente, y me lo creo: con él moría toda su juventud, sus sueños de gloria y su futuro. Ella tenía 39 años; él, 55. Pocos días más tarde, ya prisionera de Octavio, Cleopatra se suicidó con veneno de áspid para no pasar por el oprobio de ser exhibida como trofeo de guerra. Ella, grandiosa y terrible, supo morir, en fin, con dignidad; en cuanto a él, tuvo el raro destino de ocupar el centro de una vorágine de guerras y enormidades épicas, siendo como era un mequetrefe.
FIN. De Rosa Montero. Artículo publicado en "El País" Dominical en 1998.