Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel o el Peregrino del amor
-Emplead todas las precauciones necesarias para que se cumpla mi voluntad -le dijo el rey-; pero tened presente, ¡oh Eben Bonabben!, que, si mi hijo llega a saber algo de esa ciencia prohibida, os costará bastante caro y vuestra cabeza será responsable.
Una amarga sonrisa se dibujó en el rostro del sabio Bonabben al oír esta amenaza, y respondió al califa:
-Esté vuestra majestad tranquilo por lo que toca a su hijo como yo lo estoy por mi cabeza; ¿seré yo acaso capaz de dar lecciones de esa vehemente pasión?
Creció el príncipe bajo la vigilancia del filósofo, recluido en el palacio y sus jardines. Tenía para su servicio unos esclavos negros; horrorosos mudos que no sabían ni pizca en materias de amores, y, si algo sabían, no tenían don de palabra para comunicarlo. Su educación intelectual estaba encomendada al cuidado especial de Eben Bonabben, el cual procuraba iniciarlo en las ciencias abstractas del Egipto; pero el príncipe progresaba poco, dando muestras evidentes de que no gustaba de la filosofía.
(Continuará) Del libro "Cuentos de la Alhambra" de Washington Irving.