sábado, 16 de mayo de 2009

Marco Antonio y Cleopatra XI


Al fin, los dos ejércitos se enfrentaron en la batalla naval de Accio. Para entonces las fuerzas de Antonio estaban tan deterioradas que el romano tuvo que quemar la mitad de sus barcos: sacó tan sólo 200 a la liza, aunue perfectamente equipados y con la flor y nata de sus legionarios. En realidad, Antonio sabía que no podía ganar a Octavio: planeaba romper sus defensas y escapar hacia Alejandría, con la esperanza de reorganizar sus fuerzas allí. Pero esto, naturalmente, no lo conocían sus soldados. Lucharon ambos contendientes encarnizadamente durante varias horas, hasta que, de súbito, Cleopatra, que estaba en la retaguardia a la cabeza de las 60 naves egipcias, decidió dar la vuelta y salir huyendo con sus barcos. Y Marco Antonio, que vio esto desde la nave capitana, saltó a un velero y escapó detrás de ella, abandonando a sus hombres como un miserable. Aún combatieron heroicamente los soldados de Antonio durante cinco o seis horas más, sin saber que su general les había traicionado; pero al final Octavio consiguió prender fuego a los barcos enemigos. Ardieron todos los navíos como teas, iluminando con un atroz resplandor el mar de Accio.


Mietras tanto, el romano alcanzó la nave de la reina y subió a bordo. Pero no se atravió a enfrentarse a Cleopatra: durante los tres días que duró la travesía, Antonio permaneció en la proa, lejos de todo el mundo, probablemente desesperado por su propia vileza. Volvieron a Alejandría tan deprisa que llegaron antes que la noticia de su derrota. Cleopatra hizo adornar las naves, como si regresaran triunfalmente; gracias a esa añagaza pudo desembarcar sin más problemas, y esa noche mandó degollar a sus adversarios políticos, que habrían acabado con ella al saberla perdida. Luego, la reina y Antonio se pusiero a esperar lo inevitable: la llegada fatal del enemigo.


(Continuará....) De Rosa Montero.