sábado, 9 de mayo de 2009

la luz de Itaca

ITACA



1.- Itaca es una isla bellísima y casi secreta del mar Jónico, la patria de Odiseo, el bien nacido, como reza un óstracon encontrado al pie de la isla, en unas excavaciones el siglo pasado. Itaca es, también, un estado de ánimo, la rosa eterna en plenitud, el lugar al que el viajero, el peregrino, llegue donde llegue, siempre estará en el horizonte. Y, en tercer lugar, Itaca es sobre todo este momento, no este lugar ni este tiempo, sino esta atención pura más allá del lugar y del tiempo en el que las cosas, los lugares, las emociones y todo lo que acontece se revela como Conciencia pura, inteligencia diamantina y sutra (hilo) del Corazón.
Itaca es la patria de los contemplativos, de los enamorados, de los extraviados, de los poetas, de los navegantes sin rumbo, de los pobres de espíritu: es lugar de bienaventuranza. Los que navegan hacia Itaca no llevan palmas, ni cayado, no son peregrinos, ni romeros; quienes buscan a Itaca llevan el regreso en su corazón y sienten profunda nostalgia, el dolor del navegante que está perdido en medio de la mar; y han tenido que pasar por las fauces de Escila y Caribdis, han renunciado al poder que les concedía la Maga Circe, han rechazado la inmortalidad y hasta han sabido despedir a Nausícaa, para siempre, mirándola a los ojos. Han descendido al Hades, han abrazado a la Madre y se han quedado solos, pues a Itaca se llega solo, quiere decirse, nadie te puede llevar, nadie te puede, si quiera, señalar el Camino, solo la luz y guía “que en mi corazón ardía”. Para ir a Itaca has de perder tus bienes, tus recuerdos, tus posesiones, tus anhelos, tus sueños más profundos, conscientes e inconscientes, tus miedos y tus deseos, has de luchar contra cíclopes de mirada circunspecta, hijos de Poseidón, monstruos prerracionales cuya energía has de aprender, cautivo en su caverna, a usar para emprender el camino hacia Poniente.
Más aún: para volver a Itaca, primero has tenido que conquistar, con tu astucia, con tu denuedo, Troya, abrir las puertas Esceas, las bien guardadas por el infortunado Héctor, con la estratagema del caballo, haber querido robar la diosa Palas de su Templo, disfrazado de mendigo y ayudado por tu amigo Diomedes: pero tu porte real, a pesar del disfraz y de las cicatrices de pordiosero, hizo que la propia Helena, y su suegra Hécuba, te descubrieran y tuviste que poner, suplicante, tus manos en su rodilla para que no te delatara.
2.- Homero, en el inicio de la Odisea, ha definido a su héroe como varón de multiforme ingenio. Más de dos mil años después otro ilustre personaje de nuestra literatura fue definido de manera muy similar, como ingenioso. En efecto, el ingenioso hidalgo, don Quijote, quien llamó Dulcinea a su Itaca, como Dante a Beatrice, tenía el poder, la convicción, de transformar la realidad, de percibirla conforme a su idealismo, por la fuerza de su palabra y el amor caballeresco que anidaba en su corazón: en eso consiste el ingenium. Odiseo es dueño, también, de un ingenio iridescente, que se sabe adaptar, en oportunidad de lugar y tiempo, a cada circunstancia, esperando el momento propicio, adecuándose, sin protestar, a lo fasto o nefasto de cada circunstancia para aprender en ella, en cada situación lo que la vida, el destino, está tejiendo en la túnica de su existencia para componer su carácter. Su Carácter será, es, su Destino, y todo ello, acuérdate, auspiciado por la diosa ojizarca, Atenea, su mentora en el Olimpo, símbolo ella misma de inteligencia, de la sabiduría de Minerva.
El viaje es un peregrinaje, el sentido del mismo es el propio viaje, Itaca es el viaje, no solo el lugar de destino, no es solo la isla física en el mar Jonio, Itaca es el alma del viajero irreductible a cualquier circunstancia, porque su anhelo le lleva a querer saberlo todo para descubrir quién es. El viaje de la vida solo formula una pregunta en su mapa de hojas en blanco: ¿quién soy yo? Y Delfos te responde: conócete a ti mismo y así comprenderás a los dioses y al cosmos. Odiseo es el símbolo más arraigado en nuestro inconsciente colectivo del viajero audaz que no cejará hasta que no vaya al fondo de todas las cosas, porque en su anhelo por descubrirse, por saber quién es, intuirá que el ansia infinita de Conocimiento, su viaje sin fin ni límite y la pregunta última que se ha de formular, se funden en una identidad que trasciende los confines de lo humano.
3.- El viaje como metamorfosis, como transfiguración alquímica: si todo viaje nos cambia, el viaje por antonomasia, la Odisea, propicia el cambio sustancial de la vieja identidad a la crisálida para, tras el período de incubación suficiente, dar paso al nuevo ser, la mariposa iridescente, catasterizada en el Olimpo de su vuelo.
El hombre viejo, el astuto y mendaz Odiseo, sale de Troya vencedor, cargado de joyas y hýbris, pleno de soberbia. Sabedor de que su fama, su nombre, llegará a los confines del Mediterráneo y que con el botín vivirán él y sus herederos durante varias generaciones.... Pero el Destino tiene otros planes para él, desea perfilar su carácter, purificar su alma en la retorta alquímica hasta hacerla traslúcida. El Odiseo soberbio que deja las arenas de Troya se va a ver embestido por la fuerza titánica de sus enemigos, que van a arrastrar sus naves en una vorágine de tumbos por el mar hasta conseguir despojarlo de todos sus bienes externos, vale decir, falsos, pero dotándolo, a cambio, de Sabiduría: su periplo va a estar lleno de aventuras, mas pleno en Sabiduría, en multiforme Ingenio: ello consiste en una metanoia, es decir, en un cambio de mirada, de inteligencia; ya no la vieja astucia para salir airoso de cualquier lance, sino la mirada honda y compasiva para aprender de cada situación lo que la vida, el viaje, está dictando, tejiendo. Y obrar en consecuencia, con paciencia: él, que siempre fue impaciente y vivo, lo quería todo ya, tuvo que saber esperar una tarde tras otra, un año tras otro, en los arrecifes de Ogigia, mirando hacia poniente, con el rostro lleno de lágrimas, aprendiendo la soberana lección de que no estaba en su mano salir de allí, solo si los dioses se compadecían de él podría abandonar la isla de la diosa escondida, Calipso.
Él, que quería llegar cargado de trofeos y joyas, es recogido desnudo y moribundo por el lienzo de la doncella Nausícaa, que le da hospitalidad y lo mira a los ojos como nunca nadie lo hubo mirado. Cada una de las mujeres que se topa en su periplo le ofrece un don, ella el amor, Calipso la inmortalidad, Circe el poder y los secretos de la magia; pero el iniciado, el peregrino por la vida, no puede decir: oh, párate un segundo, ¡eres tan hermoso!, sucumbir a la tentación mefistofélica, y tiene que renunciar a los dones de la manifestación para poder cumplir con su destino, “más allá de Circe, Calipso, o Nausícaa”.
El hombre viejo, soberbio, astuto, vive la embestida del fuego alquímico que poco a poco va trasformando su carácter (y por tanto su Destino, lo de arriba es lo de abajo): del plomo pesado y saturnal, al mercurio lunar. El opus nigrum, que culmina con su paso por la cueva del Cíclope, cuando se despoja hasta del nombre, para bautizarse, ingeniosamente, como Nadie, da paso a la Obra al blanco, la albedo de los alquimistas: la transformación del mercurio en azufre, de la plata en oro, de la luna en sol; Solo podrá llegar a Itaca, ser Itaca, si se transfigura en su particular Tabor como Sol rojo; para ello renunciará a los dones de las tres reinas que se le ofrecen y en esa desapego perfilará su carácter y conformará su destino heroico, “más allá de Circe, Calipso y hasta de Nausícaa”: porque su Alma se llama Penélope y lo está esperando, tejiendo su destino, es decir, puliendo su carácter en la espera, apurando cada noche las puntadas sobre el sudario del anciano Laertes. Y cada amanecer, la imaginamos, desde los barandales de palacio, mirar hacia levante por si los dioses quieren que aparezcan las velas desplegadas del regreso.
4.- En la mitad del disco y del viaje, Ulises ha de descender al Hades, es decir, ha de atravesar las puertas de la noche, vale decir, ha de aprender a morir en vida para poder seguir vivo en la muerte; ha de comprender el significado de la frase: “dejad que los durmientes entierren a los durmientes”, o aquella otra que cita Platón al narrar el mito de la caverna en la que Aquiles le confiesa a Odiseo, como si ahora él viviera en la caverna: prefiero ser en la vida el último sirviente a ser aquí el rey del inframundo. En efecto, Odiseo, como Parménides, como Sócrates, ya no es solo un ingenioso aventurero, sino un sabio peregrino, y sabe que no hay que mirar atrás, pues la memoria está hecha de sombras, y que en el mundo de las sombras, del Hades, en que se vive solo de recuerdos, no está la verdadera realidad, para eso hay que girar la mente, dejar que el brillo del sol ilumine la luna llena y con su palor ascender hasta la salida de la cueva, pues aunque el sol te ciegue arriba, y te lloren los ojos, cuando tus ojos se acostumbren a la luz, verás, oh sí, verás el mundo como es, por primera vez: lo reconocerás, lo recordarás, descubrirás que esa tanta belleza siempre estuvo allí, pero las sombras de tus pupilas (tus deseos, tus miedos) no te dejaban contemplarlo.
5.- Para llegar a Itaca, a la isla, a la Obra al Rojo, has de superar aún dos grandes tentaciones. El descenso al Hades no es el final de tu periplo, es la mitad del camino de la vida, aún has de aprender, tras noches de luna llena y mar de plata, a renunciar a la inmortalidad, y aun al amor de la doncella de ojos de mar para quien narraste tu odisea. Ahora sí, libre de toda atadura manifestada, más allá del bien y del mal, como todo verdadero sabio, podrás llegar a Itaca, en un vuelo, en un sueño: Nadie se dirige a la isla, hacia poniente, verás y reconocerás su hermosa bahía, el huerto de tu padre, su jardín, Argos, tu perro, te reconocerá y morirá tras hacerlo, te abrazarán el padre, el hijo, la vieja criada Euriclea, quien te tuvo en su regazo cuando eras un pequeño infante y te enseñó a sentirte acogido entre los brazos de la mujer. Verás tu isla (tu mirada) transfigurada, los olivos, las vides y los campos de cereales, las mieses cuajadas de misterios eleusinos: el pan de vida, el trigo de la muerte y la resurrección, te embriagarás con el vino de Dioniso y con el néctar de granadas en la interior bodega, saldrás airoso de tu última aventura: desterrar a los parásitos de tu palacio, a los pretendientes que como raposas destrozan tu viña y amenazan tu huerto.
Dejarás que Penélope, el faro de tu regreso, te reconozca sobre el lecho de madera de olivo, y que la diosa alargue la llegada del alba, para que vuestros cuerpos se entrelacen y vuestras almas se entretejan con el cuento del periplo. En la retorta alquímica la cópula del Hombre y la Mujer produce, al fin, la Obra al Rojo, la Rubedo, la transubstanciación definitiva: la isla es una rosa en medio de la mar, y los dioses la contemplan boquiabierta, como un volcán de lava estremecido: es el amor que mueve los universos, es la luz de Itaca, son los dioses y los hombres dispuestos a considerarse espejos uno de los otros, carácter y destino, mar y cielo, sol e isla, Ulises y Penélope catasterizados, convertidos en Símbolo, vale decir, unificados más allá de cualquier dualidad: la Espera y el Viajero ya no son dos, son la danza de Shiva, el baile de la vida, la llama que consume y no da pena, el motor inmóvil, la Madre y el Ingenio, el remo y la rueca, el Sol y la Luna, la Tierra y la Mar, la Diosa y el Hombre, el Dios y la Mujer: la luz de Itaca. La Luz. El final de este viaje... y su comienzo: si vas a emprender el viaje a Itaca, ten por bueno que el Camino sea largo, lleno de aventuras y pleno en Sabiduría.
Vale.