lunes, 25 de mayo de 2009

Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel o el Peregrino del amor


Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel o el Peregrino del amor


¿Qué hacer para acostumbrarlo a esta soledad y para que no se consumiera en tan largas horas de fastidio? Ya había agotado toda clase de conocimientos amenos, y en cuanto al álgebra, no había que hablarle de ella ni remotamente. Por fortuna, Eben Bonabben aprendió, cuando vivió en Egipto, el lenguaje de los pájaros con un rabino judío que lo había recibido a su vez en línea recta del sabio Salomón, cuyo conocimiento aprendió éste de la reina de Saba. No bien le indicó ese estudio, cuando los ojos del príncipe se animaron repentinamente, aplicándose a esta ciencia con tal avidez que muy pronto se hizo en ella tan docto como su maestro.


La torre del Generalife no fue ya en adelante sitio solitario, pues tenía a mano compañeros con quienes conversar.


La primera amistad que hizo fue con un cuervo que había fijado su nido en lo alto de las almenas, desde cuya altura se lanzaba en busca de presa. Con todo, el príncipe encontró poco que alabar en su contertulio, pues no era ni más ni menos que un pirata del aire, necio y fanfarrón, que sólo hablaba de rapiña, carnicería y de acciones feroces.


Trabó después amistad con un búho, pájaro de aspecto filosófico, cabeza voluminosa y ojos inmóviles, que se pasaba todo el día graznando y dando cabezadas en un agujero de la pared, saliendo solamente a merodear por la noche. Mostraba altas pretensiones de sabio, hablaba su poquito de astrología y de la luna, conociendo algo de las artes mágicas; pero su principal afición era la metafísica, encontrando el príncipe más insoportable aún sus disquisiciones que las del mismo sabio Eben Bonabben.


(Continuará) Del libro "Cuentos de la Alhambra" de Washington Irving .