jueves, 14 de mayo de 2009

Marco Antonio y Cleopatra IX


Él, por su parte, tenía sorbido el seso por la reina. En Roma, sus enemigos se hacían lenguas sobre el embrujo que le mantenía idiotizado. Era un calzonazos, decían: la egipcia le mangoneaba como un pelele. Lo cierto era que a Antonio le salía todo fatal desde que estaba con Cleopatra. Organizó un enorme ejército contra los partos, pero planteó la campaña tal mal y con tan nulo sntido estratégico que la guerra se saldó con una derrota bochornosa y una carnicería horrible. ¿Malas influencias de la reina? Probablemente, pero sólo en el sentido de que Cleopatra le espoleaba a asumir retos cuya envergadura era mayor que su capacidad. Antonio no tenía no la cabeza ni el temple de César. Tal vez por eso necesitaba tanto a Cleopatra: porque sólo se veía a sí mismo verdaderamente grande cuando se contemplaba en los ojos de ella.


Pero los fracasos no menguaron su fanfarronería, y Antonio empezó a regalar a Cleopatra vastas posesiones pertenecientes al imperio romano: las costas fenicias, Jericó.... En Roma, naturalmente, sentó muy mal que anduviera cediendo territorios patrios a otro país. El enfrentamiento civil se hizo inevitable.


Octavio, con aguda inteligencia, declaró la guerra a Cleopatra sin hacer la menor referencia a Marco Antonio, que todavía contaba con un buen número de soldados romanos, levantó a toda Asia contra Octavio. Entre sus legiones, los soldados equipcios y los aliados, reunió un ejército de 110.000 hombres y 500 barcos. Las fuerzas de Octavio eran algo menores, 100.000 hombres y 400 barcos, pero mucho más cohesionadas y disciplinadas.


(Continuará....) De Rosa Montero.