-Supongo que si me pagáis es para que yo guise y la gente se coma mis guisos. Dejar de comérselos es faltar a lo tratado, digo yo. ¿No os parece señor?. Es casi igual que si dejarais de pagarme. Por eso estoy tan disgustada por haberse marchado sin cenar. Tan triste me siento que me dan ganas de echarme a llorar.
Y sin meditarlo más, la muy embustera se puso a llorar con gruesos lagrimones, mientras se secaba con la punta del delantal y parecía que no hubiera nadie capaz de consolarla.
-Bueno, bueno - repitió el seño, intentándolo, poruqe le daba pena-. No te pongas así, chica. ¿Se ha ido? Peor para él. Trae los pollitos. Me los comeré solo.
Aquello ero lo último que Felisa esperaba oir y al escuchar tales palabras se llevó un susto muy grande, lo cual enía bien merecido por embustera. Sin embaro, todavía no se dio por vencida ante su amo, sino que enjugándose las lágrimas respondió obediente:
- Voy a buscarlos.
Y despacio se fue hacia la cocina, ideando el modo de salirse del apuro. Y aunque el camino era corto, las ideas de Felisa eran muy rápidas, de modo que en cuanto estuvo en la cocina, inesperadamente empezó a lamentarse, llevándose las manos a la cabeza y suspirando:
-¡Pícaro! ¡Ladrón! El invitado se ha llevado los pollos. ¡Se los ha llevado! ¡Señor! ¡Señor!
El amo, que cuando estaba nervioso era un poco sordo, hizo que Felisa le repitiera lo sucedido:
- Son más que suposiciones, señor - dijo la cocinera -. Ved que ha salido por la puerta de la cocina.
- Pero, ¿se ha llevado los dos? - dijo el dueño de la casa-. Al menos hubieradejado uno para cenar.