En aquel preciso momento la paciencia del amo de la hostería estaba llegando a su límite. Bien estaba que el invitado hubiera llegado algo tarde a la cita; podía disculparse también su interés por ocuparse personalmente de su caballo apenas hubo llegado y aunque fuera a la aldea en busca del veterinario, pero en modo alguno se podía permitir que estando en casa no acudiera a la mesa. Esto resultaba ya intolerable.
- Señor invitado - dijo el posadero con voz muy fuerte-. ¿Tenéis la bondad de venir a la mesa? Os confieso que los cuchillos están muy afilados y yo me estoy impacientando.
-¿Veis, veis?- insistió Felisa aprovechando la ocasión-. Lo que yo os decía. No tardéis en iros. Os lo digo por última vez. Dentro de poco mi amo saldrá por esa puerta y ya no estaréis a tiempo de nada.
-Ya lo creo que me voy- dijo el invitado descolgandoel sombrero y echando a correr.
Con las prisas tropezó en el arcón del recibidor y se pegó en un tobillo. Y como era corto de vista, dándose también de narices contra la puerta de la cocina, se hizo un buen chichón en la frente.
-¡Ay de mí, ay de mí!- exclamó-. Por salva mis orejas, me magullé un tobillo y me herí en la frente. -Pero no se detuvo a lamentarse, sino que dijo-: Ayudadme, piernas. Llevadme a salvo y no me dejéis volver nunca más por aquí.
Y cuando, casi por casualidad, encontró la puerta de salida echó a correr como si le persiguiera una jauría de perros de caza.
Cuando le vio definitivamente lejos, Felisa se frotó las manos muy satisfecha de poder disculparse ante su amo con la mejor mentira del mundo. Entró en el comedor y con gesto comungido, la muy pícara, le dijo a su amo:
- Señor, engo que deciros que vuestro invitado se ha marchado sin despedirse ni de vos ni de mí, que soy quien ha guisado la cena.
-¿Dices que se ha ido? - repitió el hostelero-. ¿Estás bien segura?
- Ya lo creo señor. Más segura no puedo estar. No sé lo que vos pensaréis de eso, pero por mi parte estoy muy dolida de que vuestro invitado no haya apreciado mis guisos. ¡Yo que tanto tiempo estuve entretenida en los fogones en lugar de rizarme el pelo, o ponerme a cantar mis canciones favoritas!
- Bueno, bueno - repuso su amo algo molesto por sus palabras- ¿Para qué te pao yo un hermoso sueldo? No creerás que lo hago para que te rices el cabello, o te pongas a cantar, ¿verdad?.