- ¿Qué es lo que te pasa, Coronel? - le preguntó muchas veces el Mulato, hasta que por fín un día el jefe no pudo más y le confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en el vientre.
- Dímelas, a ver si pierden su poder - le pidió su fiel ayudante.
- No te las diré, son sólo mías - replicó el Coronel.
Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de Belisa Crepusculaio. Siguió sus huellas por toda esa vasta geografía hasta encontrarla en un pueblo el sur, instalada bajo el toldo de su oficio, contando su rosario de noticis. Se le plantó delante con las piernas abiertas y el arma empuñada.
- Tú te vienes conmigo - ordenó.