- ¿Qué carajo dice aquí? - preguntó por último.
- ¿No sabes leer?
- Lo que yo sé hacer es la guerra - replicó él.
Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo.
- Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel - aprobó el Mulato.
- ¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer? - preguntó el jefe.
- Un peso, Coronel.
- No es caro - dijo él abriendo la bolsa que llevaba colgadadel cinturón con los restos del último botín.
- Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas - dijo Belisa Crepusculario.
- ¿Cómo es eso?
Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso exclusivo. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde él estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerbabuena susurrando en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho.
- Son tuyas, Coronel - dijo ella al retirarse -. Puedes emplearlas cuanto quieras.
(Continuará). De "Cuentos de Eva Luna" de Isabel Allende.