viernes, 27 de febrero de 2009

La Pícara Cocinera XI


A Felisa le parecía que estaba cumpliendo con un deber, ya que al día siguiente los pollitos estarían resecos, casi duros y no servirían ni para el desayuno de los huéspedes, si los había. Además de que a los huéspedes se les acostumbraba a dar un buen desayuno, como, por ejemplo, leche y café con ricos bizcochos. Su honor de buena cocinera, que como a tal se consideraba Felisa, hubiera sufrido mucho de haber tenido que aprovechar las sobras del día anterior.

-Don Hildebrando tiene mucha suerta conmigo que tanto miro por su negocio, acreditándolo y haciendo que en muchas leguas a la redonda todos hablend de él. Y seguro es que el invitado no viene ya a cenar, y seguro es también que habrá tomado el camino hacia su casa, asustado por la tormenta que se avecina. Porque la tormenta está cerca. Lo dice Felisa, que tiene buen ojo para eso... -suspiró resignadamente, como explicándose lo que a nadie interesaba-. Total, que la tormenta ha hecho que el invitado dejara de serlo y que yo tuviera que comerme los pollitos en bien de la fama de esta casa. A Don Hildebrando, cuando regrese, no habrá que servirle nada de cena, estoy bien segura, porque el berinche le quita el apetito. ¡Cómo no va a disgustarse si esperaba sentar a su mesa a un invitado que se le va! ¿No te paree, Carrasclás?

Carrasclás era el gato de la hostería, un hermoso gato negro que andaba siempre rondando las ollas.

-¡Miau!- dijo éste por toda respuesta.

Pero Felisa no entendió que el maullido del gado significaba, ni más ni menos que: "Verás lo que te espera". Y es porque el gado, igual que todos los animalitos, tenía un sexto sentido que le hacía adivinar muchas cosas de las que iban a ocurrir próximamente; sobre todo, la presencia de las personasque estaban cerca. Eso es lo que se llama buen instinto.

-¡Miau, marramiau! - respondió Carrasclás. Y quiso decir: "El amo y el invitado, aunque tarde, están ya al llegar".
Así era, efectivamente. Don Hildebrando y su invitado iban ya por el camino, bajo el cielo despejado. Caminaban deprisa, porque sabían ue la hora de la cena había pasado, y que el primero había tenido que esperar a que llegara el veterinaio.