martes, 24 de febrero de 2009

La Pícara Cocinera VIII


Felisa no le oía cantar, porque para eso él era duende, pero olía y olía y el olor le sabía muy bueno.

-¡Qué ricas! ¡Qué ricas deben estar! Y con el hambre que tengo. Si las comiera me sabrían a gloria. Pero ni siquiera probaré, porque si las probara, sería tanto como dar la razón a Colás.

Para librarse de toda tentación se fue a poner la mesa preparando los platos, cubiertos, vasos, vino y pan. Mientras tanto se le ocurrió que bien podía prepararse un bocadillo para esperar la hora de la cena; precisamente había sacado el pan del horno aquel mismo día y la corteza era dura y crujiente. Entre rebanada y rebanada se puso una buena lanja de jamón pensando que aquello era lo que le convenía para calmar la debilidad de su estómago. Pero en dos bocados se lo hubo comido, aunque al pronto quedó satisfecha.

-Así al menos podré esperar la hora de la cena, ordenándolos convenientemente, entró en la cocina una vieja húngara, a quien todos tenían por medio bruja.
Zoila, que así se llamaba la vieja, iba muy a menudo a la posada y a cambio de las noticias de la comarca, Felisa le daba las sobras más aprovechables de la cocina.

-¿Sabes? - dijo Zoila aquella tarde-. He oído decir que este convidado de tu amo es un mensajero del rey y va a un país vecino para asuntos de estado. Puedes figurarte que, si quedara contento de esta cena, nombraría a la casa Posada Real, y tal vez a ti Cocinera de Su Majestad.
-¿Lo crees así?
- No sólo lo creo, sino que así será.
- Claro - dijo Felisa -. A ti,como eres bruja, te resulta muy fácil saber lo que va a pasar. ¿Puedes decirme también si los pollitos quedarán bien asados?

Zoila se llevó a los labios un dede largo, huesudo y moreno.

- ¡Chist! - dijo indicando silencio-. Zoila no dirá nada. La comida es cosa tuya.

Y a continuación guardó silencio. Felisa le dio un pedazo de carne más que otros días, porque su información era muy buena, tras lo cual desapareció por donde viniera.

A la chica, aquello de llegar a ser cocinera de Su Majestad la había puesto muy pensativa. Si lo que había dicho la gitana era cierto, sería maravilloso.

- Es preciso que cuide de la cena de esta noche. Pero tendré que probar los pollitos para ver si están a punto. De otro modo no podría estar segura.