Antes de que pudiera llevar a cabo su propósito, el amo entró en la habitación y pidió un farol a Felisa, ya que el invitado quería ir la pueblo a ver como seguía el caballo, que se le había puesto malo en el camino.
Felisa le tendió el farol, no sin antes haberlo provisto de aceite.
-En tanto váis al pueblo - dijo don Hildebrando a su invitado -, me daré un buen baño caliente. El médico me lo aconsejó para el reúma. Un baño diario de agua de tomillo.
Y se alejaron uno en dirección al pueblo y otro hacia la bañera, mientras Felisa se disponía a poner la mesa con especial cuidado. Escogió una buena mantelería, vasos y cubiertos que brillaban a la luz de los candelabros. Entretanto, iba catando una canción que inventaba ella misma:
Trali-Tralá-Tralá.
Camarera de Su Majestad.
Platos y vasos,
pan y cuchillo.
Yo no me canso
y siempre guiso...
Tralí-Tralá.
Tan entretenida estaba cantando, que no se dio cuenta de lo mucho que tardó en volver el invitado. Don Hildebrando esaba ya en la puerta aguardando a su amigo y, de pronto Felisa le vio sacar la cabeza por la ventana diciendo:
- El invitado tarda. Tendré que ir a buscarlo. No sea cosa que haya resbalado con el hielo y se haya roto un hueso.
Felisa respondió, camino ya de la cocina:
-Hará bien. Los pollitos ya están a punto.
Don Hildebrando sabía que a Felisa le molestaba mucho que los comensales llegaran tarde a la mesa y para contentarla le prometió que en seguida estarían de vuelta. Ella le acompañó hasta el patio con un candil.
-Póngase la bufanda. La noche está muy fría.
Don Hildebrand nunca se preocupaba de su persona y lo mismo que en invierno dejaba las ropas de abrigo, en verano olvidaba siempre el sombrero para protegerse del sol.
Felisa era quien le recordaba de contínuo todas aquellas cosas y por ese motivo don Hildebrando la apreciaba como a ninguno de sus criados.
-No tarde, señor -dijo Felisa entregándole la bufanda- que la cena se pasa.
Don Hildebrando se alejó despacio respondiendo:
-Descuida. Venimos en seguida.
Y se fue, en dirección al pueblo donde su amigo, estaba cuidando a su caballo, como si se tratara de un pariente querido.
Pero entre que charlaron y se pusieron en camino, pasó mucho más tiempo del que Felisa necesitaba para impacientarse. Sobre todo, sentía curiosidad de saber si la comida estaría tan apetitosa como pensaba.