Los pollitos crujían en el asador muy doraditos y el duendecillo decía:
Pruébame, cómeme
y feliz yo te haré.
- El ala no la come nadie - se dijo Felisa -; únicamente "Puk", el perro canelo de la hostería se digna comérselas de cuando en cuando. Y además hoy "Puk" no tiene la menor ana de comer, porque a mediodía ha tomado una buena ración de huesos de conejo.
Llevada a estos pensamientos llegó a la conclusión de que era casi un deber comerse un ala del ave dorada a fuego lento. De pronto, ¡zas!, dicho y hecho. Igual que un médico experto en cirugía, cortó el ala por el sitio indicado y se dispuso a comerla. Muy pronto se encontró con el hueso y entonces murmuró, como si se disculpara consigo misma:
- Si la he comido es para probarla....pero tendré que comer la otra para que no se note la falta.
Felisa era muy cuidadosa y le sabía muy mal que al llevar los pollitosa la mesa, éstas quedaran ala sí y ala no, igual que un pájaro cojo.
- En lugar de las alas pondré un lazo hecho con patatas fritas y así quedará más adornada la comida. De ese modo, mi amo dirá: "Fijáos en mi cocinera, esos adornos no se ven más qe en palacio."
-Y envuelta en estos pensamientos se comió la segunda ala, mucho más tranquila de loque hubiera sido conveniente. Cuando acabó con las dos, se puso a preparar los adornos de las aves qe habrían de disimular las partes que faltaban. Buscó las patatas y las peló, friéndolas a continuación. Y cando hubo terminado el trabajo aún no habían regresado los comensales.
-Esto es un abuso- se dijo Felisa enfadándose más y más por momentos -. Creerán ellos que una no es humana y no le gustan el asado, o las perdices al ajillo, o el arroz con moluscos. A lo mejor ni siquiera vienen a cenar y la cocinera guarda que te guarda junto al fuego, con paciencia primero y con sueño después.
Pensó que se dormiría junto al fuego y que con el sueño pudiera caerse sobre las brasas y prenderse las faldas en ellas. Entonces tendría que salir corriendo perseguida por las llamas y terminando como un gato chamuscado.
-No y mil veces no - sedijo decididamente Felisa -. Y si engo que dormirme y luego quemarme, bueno será que me coja bien cenada.
Ya no pensó en nada más. Se acomodó en uno de los bancos cerca del hogar, y atacó con toda solemnidad uno de los pollos, el que le pareció más pequeño.
- La grande por si se decidieran a venir - aclaró hablando para sus adentros -. Me interesaba, sobre todo, saber si estaban buenas. Y lo están. Y lo están.
Y de pizquita en pizquita se lo fue comiendo, repitiéndose de cuando en cuando que era para saber si estaban buenas. Así, siempre despacio, se zampó un pollo entero, y andaba ya por la mitad del otro, sin arrepentirse todavía.
-¡Tardan tanto en venir! Y la comida ha de comerse a punto.