- Está verde esta manzana - se dijo felisa, terminando ya de comérsela - . Tomaré otra, a ver si sabe mejor.
Y volvió al parador y tomó otra manzana, esta vez más grande y coloradota.
- Probaré también a comer un par de nueces, a ver si se me pasa esta debilidad. De lo contrario, no tendré fuerzas para servir la cena al señor y al invitado.
Cuando se las hubo comido, se dispuso a echar más leña al hogar a fin de avivar el fuego para asar convenientemente los pollitos.
Cuando las llamas alcanzaron una altura suficiente, ensartó las aves en el asador y fue echándoles aceite y manteca por encima a medida que se iban asando, para que quedaran jugosas y doraditas. Despedía un olorcillo muy bueno, que pronto salió de la cocina y llegó hasta el comedor, donde don Hildebrando y el invitado charlaban amistosamente. El olorcillo no era tal sino que era el duende de la chimenea, mucho más pequeño ue el niño más chiquito y además travieso y juguetón. Nadie podía verle ni oirle, pero sí olerle intensamente, mientras él decía:
"Huelo bien, ¿verdad? Apuesto a que todos tenéis un hambre que os devora, comenzando por la cocinera que de tanto olerme y olerme, está casi desmayada. ¡Oh, qué nariz tan larga tiene el invitado de don Hildebrando! Así mi trabajo es muy fácil y sólo tengo que pasearme una vez por delante de ella. En cambio, a don Hildebrando, como está perpetuamente resfriado, le cuesta muchísimo darse cuenta de mi presencia, aunque esta noce parece que se ha enterado."