Felisa fuese en seguida al corral y con ojo experimentado eligió los dos pollitos que le parecieron mejores.
- Estos son tiernos .... y ¡qué ricosestarán!
Casi se le hacía la boca agua al pensar cómo las asaría girando y girando sobre el fuego de leños.
Ya iba a entrar rápidamente en la casa, porque soplaba el viento de la montaña, cuando Colás, que era un poco novio suyo, le salió al paso.
El muchacho iba muchas tarde a la posada para acompañarla a la fuente y ayudarle a llevar los cántaros. Por el camino hablaban de sus cosas, sobre todo del dinero que ambos ahorraban para poder hacerseuna casa el día en que se decidieran a casarse,si es que se decidían alguna vez.
- Hoy no puedo entretenerme contigo, Colás - dijo Felisa al verle -. Tenemos un invitado y el señor quiere que le prepare una buena comida. Ya ves, por una vez que a causa del viento no pasa la diligencia, a don Hildebrando se le ocurre traer aun señorón a cenar.
Colás le dio un fuerte codazo en el brazo.
- ¡Anda! - rió enseñando unos dientes largos y afilados -. ¡Quién pudiera probar la cena! - Luego advirtió burlonamente-: No te la comas tú antes que el invitado.