-¡Qué bien sabrá la cena! Estoy seguro de que mi amigo no ha comido nunca una carne tan bien asada.
- Quedará contento el invitado - dijo Felisa -. Y eso es lo que quiero.
-¡Eres un tesoro, Felisa! - exclamó don Hildebrando frotándose las manos -. ¡Ah! Por cierto, no se te olvide preparar el vino de esa bota roja del rincón de la bodega. La noche es fría. ¡Hay que reconfortarse! - dijo don Hildebrando con risita alegre.
Felisa prometió qe lo haría en seguida en canto terminase de preparar los cubiertos de plata de las grandes ocasiones. Y como era una chica obediente, tomó una jarra de barro cocido y provista de un grueso velón, fuese ala bodega en busca del vino para la cena. Estaba muy oscura y sólo se veía algo gracias a la luz del velón, que al andar de la moza bailoteaba alumbrando a veces el techo, otras el suelo o las paredes. Felisa, que era muy miedosa, andaba sin atreverse a mirar a derecha ni a izquierda. Cuando estuvo frente a la bota roja, llenó la jarra rápidamente y corriendo hasta casi derramar el vino alcanzó la escalera y llegó a la cocina, temblándole las piernas y palpitándole el corazón desacompasadamente.
-Tomaré un vasito de vino para quitarme el susto - decidió Felisa pasando de la palabra al hecho. Se lo bebió de un trago y le supo muy fuerte sintiendo al tomarlo como un fuego en el estómago.
-Es bueno- dijo -, pero sin haber comido antes, perjudica.
Estaba segurade que si se había asustando tanto en la bodega a causa de los escarabajos que pudiera encontrar, era por el solo motivo de no haber comido nada en tantas horas, exceptuando la merienda, claro, compuesa de pan con jamón, las nueces y la manzana.
-Lo justo para entretener el estómago - se dijo Felisa-. Un estómago medio dormido, pero lo que es el mío está bien despierto.
Entretando los pollitos casi estaban asados y el duende del olorcillo se paseaba por delante de las narices de Felisa cantando una canción:
Yo soy muy apetitoso.
No me digas tú que no.
Y si en tu nariz me poso...
Tu calma ya se perdió.