miércoles, 10 de noviembre de 2010

Renoir V

Su gloriosa y trágica vejez
Los treinta últimos de la vida de Renoir están impregnados de un carácter trágico personal. Llenos del triunfo tranquilo de su arte, de su reconocimiento general y de una estimación económica, estuvieron oscurecidos por la amargura de una grave enfermedad y por el destino de todos los artistas que envejecen: el de tener que ver cómo su arte era revisado y superado por la generación que venía empujando.


Trabajó a finales de los ochenta varias veces con Cézanne y con la mujer más dotada de la pintura impresionista y que Renoir tanto admiraba, Berthe Morisot, hasta el fallecimiento de ésta en 1895. En 1890 volvió a exponer en el Salón, lo que no hacía desde 1883. En 1892 viajó con su amigo Gallimard a España y quedó muy impresionado con la pintura española. Ese año surgió el reconocimiento público. Durand-Ruel organizó una exposición especial con 110 cuadros suyos, y por primera vez el Estado francés compró un cuadro de Renoir para el museo de Luxembourg: Yvonne y Christine Lerolle al piano (izquierda). Dos años después fue nombrado albacea del legado de Caillebotte y tuvo que pelear duro para que las autoridades artísticas se movieran para que, de las 65 pinturas de Caillebotte, 38 entraran en el museo de Luxembourg, entre ellas seis suyas.
Por esta época el artista pasó varios veranos (1892, 1893, 1895) en la costa bretona de Pont-Aven. Como modelo para esos cuerpos sensuales posó ante él Gabrielle Renard, prima de la señora Renoir, que había entrado de criada con 14 años, en 1893, poco antes del nacimiento de Jean, el segundo hijo del pintor y que permaneció con Renoir hasta 1919.
También por estas fechas, residía ahora con frecuencia en Essoyes, el pueblo natal de su mujer, donde en 1898 compró una casa. A últimos de ese año tuvo el primer ataque de reuma grave, que le obligó a pasar el invierno en el sur, en la Provenza, y a hacer curas en verano.
Antes de su enfermedad había estado otra vez en el extranjero. En 1896 visitó Bayreuth. Después de esa primera crisis, cuando su estado mejoró transitoriamente, volvió a Alemania. En 1910 aceptó una invitación de la familia Thurneysen para ir a Munich, pintó retratos y disfrutó con los cuadros de Rubens en la Pinacoteca de aquella ciudad. Su fama había traspasado las fronteras de Francia. No sólo presentó sus cuadros en 1896 y 1899 en exposiciones organizadas por Durand-Ruel, en 1904 en el Salón de Otoño y en 1913 en la galería Bernheim de París, sino que estuvo también en la Centennale, la muestra de arte francés del siglo XIX en la exposición universal de París de 1900, y recibió la cruz de la Legión de Honor.