lunes, 1 de noviembre de 2010

Homenaje al Don Juán Tenorio de José Zorrilla

¡Cálmate, pues, vida mía!




Reposa aquí, y un momento



olvida de tu convento



la triste cárcel sombría.



¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,



que en esta apartada orilla



más pura la luna brilla



y se respira mejor?



Esta aura que vaga llena



de los sencillos olores



de las campesinas flores



que brota esa orilla amena;



esa agua limpia y serena



que atraviesa sin temor



la barca del pescador



que espera cantando al día,



¿no es cierto, paloma mía,



que están respirando amor?



Esa armonía que el viento



recoge entre esos millares



de floridos olivares,



que agita con manso aliento;



ese dulcísimo acento



con que trina el ruiseñor



de sus copas morador



llamando al cercano día,



¿no es verdad, gacela mía,



que están respirando amor?



Y estas palabras que están



filtrando insensiblemente



tu corazón ya pendiente



de los labios de don Juan,



y cuyas ideas van



inflamando en su interior



un fuego germinador



no encendido todavía,



¿no es verdad, estrella mía,



que están respirando amor?



Y esas dos líquidas perlas



que se desprenden tranquilas



de tus radiantes pupilas



convidándome a beberlas,



evaporarse, a no verlas,



de sí mismas al calor;



y ese encendido color



que en tu semblante no había,



¿no es verdad, hermosa mía,



que están respirando amor?



¡Oh! Sí, bellísima Inés



espejo y luz de mis ojos;



escucharme sin enojos,



como lo haces, amor es:



mira aquí a tus plantas, pues,



todo el altivo rigor



de este corazón traidor



que rendirse no creía,



adorando, vida mía,



la esclavitud de tu amor.