viernes, 5 de noviembre de 2010

Renoir -II-

Así, desde la edad de catorce años, el joven Renoir se siente atraído por dos predilecciones que marcarán su obra: la escultura plástica del cuerpo femenino y la de los colores límpidos que actúan por transparencia.


Pero tres años más tarde, a los diecisiete, el entusiasta pintor ve desmoronarse el sueño de su porvenir. Los recursos mecánicos de reproducción ponen en peligro la profesión de pintor en porcelana y amenazan con arruinarla. Ha de buscar otro oficio. "Entonces me puse a pintar abanicos. ¡Las veces que habré copiado el Embarque hacia Citera. De tal modo, los primeros pintores con los que me familiaricé fueron Watteau, Lancret y Boucher. Con más precisión, diré que la Diana en el baño de Boucher es el primer cuadro que me haya sobrecogido, y toda mi vida he continuado amándolo como se recuerdan siempre los primeros amores..."

Pero pronto habrá de buscarse otro trabajo que le de para vivir, y pinta paneles de los que utilizan los misioneros como vidrieras portátiles. Su destreza le permite esbozar el tema sin el previo encuadre practicado por los otros, de modo que realiza mucho más rápidamente un trabajo pagado a destajo. Pero para gran desconsuelo del patrón que, para retenerlo llega hasta prometerle la herencia del negocio, en cuanto Renoir pudo tener suficiente dinero ahorrado, abandonó ese trabajo lucrativo para pintar lo que le gustaba.