«¿A quién serviré yo, infeliz anciana, después de disfrutar en Troya de los más altos honores? ¿Quién me tomará como esclava?». Hécuba, esposa de Príamo y madre de Héctor, Paris y Casandra, entra en escena. Una voz latina rompe el silencio en la oscuridad de la sala de Juntas del penal de Aranjuez. «¡Ahí va, pero si es Catalina!». Un murmullo recorre el improvisado patio de butacas compartido por autoridades penitenciarias, funcionarios, internos y periodistas.
Sobre las tablas, ajena al revuelo, la ex reina de Troya, ahora esclava de Ulises, llora por sus hijos degollados y su tierra devastada por los griegos. Ha caído Troya y los pocos supervivientes se agrupan, andrajosos, lamentando su terrible destino. «No hay felicidad que dure hasta la muerte», maldice la muchacha rubia de tez morena y cálido acento dominicano. Su nombre, efectivamente, es Catalina, y sabe perfectamente de lo que habla su personaje. Tiene 23 años y lleva desde los 19 en el centro penitenciario Madrid VI-Aranjuez.
En el auditorio del recinto amurallado, unos trescientos presos esperan impacientes a que suba el telón. Dieciocho de sus compañeros van a representar «A Troya», adaptación de la tragedia de Eurípides «Las troyanas». En total, un centenar de reclusos han trabajado desde diciembre en diversos talleres de música, interpretación, escritura, escenografía, fotografía y radio. Una docena de actividades enmarcada dentro de una iniciativa cultural organizada por el Círculo de Bellas Artes y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, con la financiación de la Obra Social de Caixa Catalunya y la colaboración de Instituciones Penitenciarias y la ONG Solidarios para el Desarrollo.«Existen personas privadas de libertad, pero eso no significa que estén privadas del resto de sus derechos», afirma Mercedes Gallizo, secretaria general de Instituciones PenitenciariasUnos minutos de gloria
El miércoles por la tarde, día del estreno, Catalina estaba radiante. Subida al escenario y tras el estallido de vítores y aplausos del público, saboreaba junto a sus compañeros de reparto minutos de gloria. Manuel, de 34 años y natural de Aranjuez, se sentía doblemente emocionado. «Yo he hecho tres papeles. Y mañana me caso a la una en el Ayuntamiento», contaba orgulloso el joven. Su novia estaba en el cartel, «pero se cayó porque obtuvo la libertad condicional hace unas semanas».
César Augusto, un colombiano de 44 años, que hizo de solemne profeta, también logró evadirse de sus problemas por un día. «Yo llevo aquí seis años y me faltan otros nueve, así que el año que viene repito seguro», afirmaba el reo después de la función, muy contento con el texto elegido. «Al principio fue difícil porque yo no sé ni escribir y nunca había hecho teatro. Pero me gusta mucho la teología y la sociología... Lo más importante de lo que ha pasado hoy aquí es hacer entender a la sociedad que, si nos dan una oportunidad, todos podemos hacer cosas buenas».
Una vez fuera, junto a la piscina, los internos departían animosos con los funcionarios y periodistas. La satisfacción iluminaba el rostro de Mercedes Gallizo, secretaria general de Instituciones Penitenciarias. Por la mañana, Gallizo había defendido en una rueda de prensa en el Círculo de Bellas Artes los derechos de los presos. «Existen personas privadas de libertad, pero eso no significa que estén privadas del resto de sus derechos. Hay que pensar que son personas que han tenido una vida muy difícil y pocas oportunidades de ver los aspectos más interesantes de la vida», apuntó. «La cultura -añadió- tiene un gran poder transformador, que además de ocupar buena parte de su tiempo, estimula sus valores de creatividad y además aporta una esperanza de futuro a la gente».
«Es importante enseñar esto a los que están fuera de estos muros», convenía Manuel. «Es difícil estar siempre sometido a una autoridad superior, como es nuestro caso. Sabemos que no tenemos derecho a la libertad, pero nos quedan muchos otros. Representar esta obra es uno de esos derechos», subrayaba.