Un programa de la cadena NPR estadounidense propuso hace unos meses a sus oyentes que mandaran relatos breves que arrancaran con la frase "La enfermera se despertó". Tras leer casi 200, James Wood (Durham, Reino Unido, 1965) sigue dándole vueltas a la pregunta de a qué altura del texto prende la ficción.
"A uno puede interesarle lo real sin tener interés en el realismo"
"La Red es como una fiesta a la que llegas cuando todos están ya borrachos"
Antes de participar en el concurso, el eminente crítico literario -uno de los más respetados y populares en lengua inglesa y toda una celebridad intelectual cuya incorporación a la plantilla de la revista The New Yorker fue noticia- ya había intentado ofrecer algunas pistas sobre este enigma en Los mecanismos de la ficción (Gredos, 2009), un libro que escribió pensando en lo que a él le hubiera gustado leer cuando tenía 20 años y era estudiante de literatura en Cambridge.
Wood vive en Boston con su mujer, la escritora Claire Messud, e imparte en Harvard un curso titulado Práctica de la crítica literaria; y en Columbia, una clase magistral en el programa de escritura. En las aulas nació la idea de Los mecanismos de la ficción que escribió en cuatro meses y del que lleva vendidos más de 25.000 ejemplares, según sus editores estadounidenses.
El libro no es un texto de crítica académica al uso, mantiene un tono de conversación con breves capítulos que dan agilidad a sus argumentos. En sus páginas, Wood habla de las personas narrativas, de los personajes, del uso del detalle y de la temporalidad y de la eterna cuestión del realismo en la novela. "Recurrimos a la ficción porque nos plantea preguntas sobre el ser humano. El argumento que intento exponer es que uno puede obtener placeres convencionales sin tener que recurrir a formas tradicionales y de la misma manera uno puede tener un gran interés en lo real sin tener interés alguno en el realismo", precisa.
La tendencia de algunos lectores a buscar personajes que les caigan bien más allá de entender si están suficientemente vivos, es uno de los errores más comunes, según Wood, a la hora de comprender los mecanismos de la ficción. "Hay una enorme diferencia entre simpatía e identificación", dice. "Es complicado encontrar gente que te caiga bien en la vida y aún más en la literatura, pero la ficción te vuelve más perspicaz ante las situaciones humanas".
El profesor no ha querido renunciar a su vocación de crítico y argumenta con fuerza señalando por ejemplo a Flaubert y no a Balzac como el padre de la novela moderna. "Me interesa la forma. Flaubert creó un estándar para la narrativa y Sebald, Marías o Roth le deben algo. Quería abrir debate. A menudo me tildan de defensor del realismo tradicional", explica. "Se trata de una corriente muy común en América: textos sólidos un poco periodísticos, abarrotados de detalles. A mí me resultan bastante aburridos".
Al otro lado, se sitúan los detractores del realismo. Wood sostiene que intenta buscar el punto medio. En el centro de su libro ha querido situar la figura del personaje; lo vivo que éste puede estar, el misterio de cómo un novelista crea a un ser en una página. Para ello Wood dice que es fundamental crear el contexto, las reglas del juego. "Se trata de un problema de gestión del apetito, de ver cómo de grande es el plato en relación con la ración de comida que en él se sirve".
Ajeno a sus reflexiones sobre los misterios y trucos de la ficción ha quedado el argumento, algo por lo que Wood no siente mucho interés. Tampoco ha querido tratar la ficción como un espejo -"el espejo del que habló Stendhal tiene las huellas de todos los que lo han usado y además hoy está angulado de mil formas distintas"-. Fuera ha quedado también una mención directa al realismo histérico, un término que Wood acuñó para referirse al trabajo de Zadie Smith, o David Foster Wallace, entre otros. El crítico habla, sin embargo, de cómo el trabajo de estos autores ha añadido al lenguaje del escritor y al del personaje el lenguaje del mundo, el ruido exterior reproducido tal cual. En el caso de Wallace, Wood escribe que consiguió reproducir el tedio contemporáneo, lo que le valió airadas críticas. Tanto es así que ha incorporado un matiz a la edición de bolsillo, puntualizando que se trata de "un logro necesario".
Wood equipara a la enfermedad el estado en el que uno se sume tras recibir críticas punzantes en carne propia. "Al estar al otro lado ves lo horrible que es y piensas que nunca volverás a hacer eso a otra persona, pero luego, sano de nuevo, comprendes la necesidad de ser duro y vuelves a decir cosas desagradables sobre el trabajo ajeno".
El avance de Internet no le hace temer de momento por el futuro de la crítica. "La Red es como una fiesta a la que llegas y todo el mundo está ya borracho discutiendo apasionadamente. Sientes que debes beber deprisa para entonarte. Es muy vigorizante". Aunque percibe cierta nostalgia en su profesión -"hablas con una autoridad que cada vez respeta menos gente"- se muestra optimista y confía en el poder de la pasión. "Si funciona o cómo funciona una novela no preocupa a mucha gente pero si tú lo contemplas como una cuestión de vida o muerte llegas a gente fuera del círculo".