martes, 3 de noviembre de 2009

Cuento Gótico II

Mis nuevos compañeros eran todos un tanto peculiares y sus métodos de trabajar eran de la edad de Piedra. Para ellos la tecnología no entraba en su vocabulario y los ordenadores eran usados como simples máquinas de escribir, y si me apuras, casi ni eso, pues todavía llevaban a mano los libros de contabilidad y otras fichas, listados, etc. El jefecillo, un ancianito de indeterminada edad, bajito e inquieto, se pasaba el día dando vueltas por la empresa y metiendo su nariz en el trabajo de todos sus empleados, incluso pegaba el oído a las llamadas telefónicas que se recibían para controlar quién era y qué querían. Su mala educación y prepotencia la demostraba a cada momento, creyéndose el dueño y señor. Su compañera, cacareaba más que una gallina resaltando todo lo que ella trabajaba para la empresa, que por el contrario era nada, pues se pasaba el día leyendo revistas extrañas y libros con extraños caracteres, y cuando tenía que atender a algún cliente, le contestaba irónicamente y se ponía de muy mal genio por tener que dejar “sus ocupaciones”. Su pelo siempre estaba enmarañado, y por mucho que se marchara dos horas antes del trabajo todas las semanas para ir a la peluquería, no conseguía nunca que tuviera un aspecto adecuado. Su nariz aguileña y la verruga sobre el labio superior, le daban el aspecto de una bruja piruja De los otros tres compañeros poco más puedo contar, pues se pasaban el día cuchicheando por los pasillos y callaban cuando me veían pasar, peloteando sin parar al jefecillo y con una reverencia, diciéndole “Sí Boana” todo el tiempo. De ninguno de ellos logré saber nada de sus vidas privadas, pues así como en otros trabajos he entablado relación con mis compañeros, aquí era del todo imposible, pues aunque aparentaban amabilidad, no terminaban de responder con claridad ni exponer sus ideas, y si en alguna ocasión comenzaban unas frases sobre su vida, era imposible sacar conclusiones coherentes de su palabrería sin sentido. En fín, todo en ese sitio era triste, y un frío recorría las habitaciones a pesar de estar en verano, unido a un olor a rancio, a madera podrida y a cerrado, que ni abriendo las ventanas para dejar que entrara el sol y el aire lograban eliminar.

(Continuará)