"es preciso distinguir y separar netamente dos personajes muy diversos: uno es el Rodrigo Díaz, noble castellano y conquistador de Valencia, y otro el Cid del Cantar o de la leyenda, el de la jura de Santa Gadea, el padre de la hijas afrentadas en el robledal de Corpes o el de las cortes de Toledo. Muy poco o nada tiene que ver el primero, el personaje nacido hacia el año 1050 en el reinado de Fernando I y muerto en 1099 en el de Alfonso VI, con el segundo, el nacido y crecido en la mente y devoción creadora de los juglares y en la genial inspiración del autor del Cantar de mío Cid, aunque revista sus invenciones de detalles seudohistóricos con el fin de insuflar verismo o verosimilitud histórica a la creación artística".
En el Cantar de mío Cid, su autor debió de utilizar las referencias históricas a su alcance y sus propios conocimientos geográficos para diseñar una ruta conformada mayoritariamente por calzadas romanas, rutas comerciales y caminos históricos. Partiendo de esta teoría, no puede hablarse de una ruta imaginaria, sino de una red de caminos y lugares sobre la que se asienta el argumento del Cantar. Este entramado de caminos —algunos de los cuales perviven en la actualidad— comenzaron a recorrerse ya como itinerario cidiano a finales del siglo XIX, cuando Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, y poco después Ramón Menéndez Pidal y su mujer María Goyri iniciaron la búsqueda de las huellas del Cid por tierras castellanas y aragonesas.