Pamplona 2011. El reloj de Kukuxumusu, en la calle Estafeta 76, marca el tiempo que falta para que Pompaelo-Pamplona-Iruña quede magicamente convertida en una inmensa petunia bicolor, blanca y roja, rizada como el barbullido del mar al paso de una muchedumbre hecha de gente de toda raza y condición.
Cuando, con el txupinazo, quede al descubierto una contenida ebriedad, tal vez este año siga suspendido el cortejo desde la Casa Consistorial hasta la capilla de San Fermín, en la iglesia de san Lorenzo, haciendo que no suene el Vals de Astrain, el Riau-Riau, que las pancartas críticas sigan enrolladas y que las txarangas vean retrasado su momento en los San Fermines 2011.
San Saturnino, patrono de Pamplona, no tiene inconveniente en que el protagonismo festivo se lo lleve San Fermín, incluso que éste sea el patrono de las cofradías de boteros, vinateros y panaderos. Algunas actas, así como algunos martirologios, unen a ambos, desde tiempos antiguos. No vamos a entrar en ese asunto como tampoco en por qué algunos vinculan a San Fermín con San Francisco Javier, y mucho menos en los orígenes precisos de los San Fermines; tan sólo constatar que quizá sea aceptable aquí lo que dejó escrito Salustio: “Hay cosas que no han sucedido nunca pero han existido siempre”.
Las peñas son las grandes animadoras de las fiestas.Cada una de ellas con su blusa y su escudo distintivo, con su txaranga, animando la Diana, esa especie de despertador burlón y festivo que suena poco antes de las siete. Las peñas tienen sus nombres que van desde La Única (fundada en 1903) hasta San Jorge (1980), pasando por Muthiko Alaiak (1931), El Bullicio Pamplonés (1932), La Jarana (1940), Oberena (1941), Aldapa (1947), Anaitasuna (1949), Los del Bronce (1950), Irrintzi (1951), Alegría de Iruña (1953), Armonía Txantreana (1956), Donibane (1977), La Rotxa (1978) o 7 de julio San Fermín (1979). La armonía musical está supervisada por La Pamplonesa (Banda Municipal de Pamplona).
El programa festivo, siempre igual y siempre distinto, alarga los días condensando los actos sanfermineros. La solemne procesión de San Fermín es seguida con fervor y recogimiento. El bullicio está reservado para todo lo demás: festivales folclóricos, recitales de jotas, exhibición de deportes rurales, alarde de gaiteros y txistularis, desfile de Caballeros en Plaza, verbenas, fuegos artificiales... que llenan los San Fermines 2011.
Mención especial merece la Comparsa de Gigantes y Cabezudos. Ocho Gigantes acompañados por cinco cabezudos, seis kilikis y seis caballitos (zallikos o zalidikos). Los kilikis asustan por sus acartonadas cabezas, divierten por sus correrías apoyadas en vergas de espuma, y llenan de asombro los ojos de los niños en quienes provocan el llanto del encanto y la risa del temor. Coletas, Barbas, Verrugas, Patata, Napoleón y Caravinagre son sus nombres.
No obstante todos estos actos festivos de los sanfermines, el distintivo por esencia es el toro. Así como Zeus para encandilar a Europa y llevársela a Creta se disfrazó de toro, Pamplona toma el mismo disfraz para encandilar al mundo y llevárselo a la patria del entusiasmo. ¿Por qué el toro? Tal vez por su simbolismo: fuerza y vigor, naturaleza en estado puro, ímpetu y ferocidad, semilla fecundante. ¿Por qué este simbolismo? Habría que remontarse a aquellos tiempos en los que Uro tenía la forma de un monte con mástiles por cuernos, con colores tan vivos como su mugido y con la fiereza como razón. Los toros de los sanfermines son tan respetados como los abulenses de Guisando o como los estratégicos ochenta y nueve de Osborne.
Mientras duran las fiestas, todos los días, al anochecer, unos toros cubren en silencio, quién sabe si por intuir su destino, la distancia que hay entre los Corrales del Gas y los corrales de Santo Domingo. Esperarán, inquietos, que, a las ocho de la mañana, y en apenas tres minutos, enfilen la cuesta de Santo Domingo, la Plaza del Ayuntamiento, la calle de Mercaderos y la de la Estafeta para entrar en un Callejón sin más salida que la Monumental, esa maravillosa Plaza de Toros que sólo se abre, qué misterio, en los sanfermines.
El encierro, un recorrido de apenas ochocientos metros es una masificación de acompañantes expertos (los menos), aficionados, curiosos, soñadores y, sobre todo, entusiastas que confunden la pericia con el juego, el valor con la temeridad. Muchos disfrazan su miedo; otros contemplan su agonía en lo alto de un balcón. A las seis y media de la tarde, como queriendo desvanecer la hora del calor y las moscas, el cemento del tendido de sol se pinta de blanco y de rojo y canta y danza y bebe y come después del tercero de la tarde. El tendido de sombra apenas hace lo mismo, pero en voz baja.
Y así será durante todo San Fermín 2011 hasta que el día 14 -¡pobre de mí!-, cuando el reloj de Kukuxumusu vuelva a marcar un regreso al futuro, Pamplona será un cansancio que exhala sus últimos alientos en la tranquila y sosegada Plaza de San José. Al día siguiente, Navarra se despierta de los sanfermines 2011 como de un sueño tan breve como intenso y recupera su proverbial sobriedad. Quien ha estado en Pamplona, siempre regresa. Quien la conoce sólo de oídas, repite: A Pamplona hemos de ir...