viernes, 8 de julio de 2011

la Vuelta del Castillo

Se trata una de las citas que, sin ser el acabose a nivel de tradición, no se pierde nadie. Y es que a las 11 de la noche, una multitud de todas las edades se congrega en el
Se trata una de las citas que, sin ser el acabose a nivel de tradición, no se pierde nadie. Y es que a las 11 de la noche, una multitud de todas las edades se congrega en el parque de la Vuelta del Castillo para ver los fuegos artificiales que, con mayor o menor acierto, dejan a los pamplonicas mirando hacia el cielo.

Cada uno tiene su razón para no perdérselo. Los padres y madres dirán que están ahí por sus hijos (aunque todos sabemos que también ellos disfrutan como enanos), dando por finalizado el día festivo con los fuegos artificiales. Por el contrario, existe otro grupo que sirve de relevo al primero. Son los jóvenes que empiezan la juerga en los fuegos, para después emigrar hacia las barracas o las zonas de bares.

Por lo general no resulta complicado encontrar un sitio medianamente decente para sentarse a ver los fuegos, pero tampoco es plan de hacer el pardillo, la típica idea de "quedamos a menos cinco y ya encontraremos sitio" no suele funcionar, y al final encuentras un lugar que está sospechosamente libre... detrás de un árbol. Y todavía hay que aguantar al amigo listo que te dice "si ya te digo yo que siempre queda algún sitio libre". Y es que en todo grupo hay un Einstein en potencia. También existe el amigo comentarista. Gracias a él, antes de que se haya lanzado el primer cohete ya sabes de dónde es la empresa que los ha fabricado, si son buenos o malos, cuántas veces han ganado el concurso de fuegos artificiales o qué tipo de cohetes tiraron el año pasado. Aún así, tener a la wikipedia de la pirotecnia cerca no tiene por qué ser malo, o al menos no es lo peor. Porque siempre se te puede plantar alguien delante, alguien que por lo visto padece un curiosísimo problema genético que le impide hacer lo más básico: sentarse. Siempre tendrás un tipo de pie y además estará lo suficientemente cerca como para taparte la mitad del espectáculo. El amable caballero será, para mayor desgracia, sordo como una tapia. Cuando lleves un rato tosiendo descaradamente, pidiendo por favor que se siente o incluso abucheando, el tipo se girará y mirará como preguntando "¡Ah! ¿Pero te tapo o qué?".

Por último, habría que destacar un factor importante a tener en cuenta por parte de los pirotécnicos. A base de años y años, los pamplonicas se han convertido en un jurado muy estricto. Hemos visto mucho, y no nos engañan. El cohete perfecto no existe para un navarro. El que no hace demasiado ruido no tiene demasiados colores y el que no es lo suficientemente grande es demasiado típico. Vamos, que encontrar el cohete sanferminero perfecto es más o menos igual de sencillo que encontrar la piedra filosofal metida dentro del Santo Grial. De todas formas, hay que decir que el espectáculo casi siempre cumple con las expectativas de los allí reunidos y, salvo horrorosas excepciones, San Fermín es sinónimo de fuegos artificiales de los de verdad, de los buenos.

Así pues, si no nos confiamos y vamos con tiempo, (no es mala idea si nos sentamos en la hierba 45 minutos antes y echamos un mus) no tendremos problema en encontrar un buen sitio. Sólo nos queda esperar a que den las 11, sacar el niño que tenemos dentro y rezar por que el niño que tenemos sentado al lado en una silleta no se asuste con el primer petardazo y se ponga a llorar.