Un sabio vivía santamente, distribuyendo enseñanzas y consejos a sus discípulos y a quien quiera que se dirigiera a él.
Un día, uno de sus seguidores vino a su cabaña y se lamentó de que su mujer era muy avariciosa. Había intentado todo para hacerle comprender que la generosidad es una virtud muy importante en la vida, pero todo había sido en vano.
Entonces el sabio emprendió camino y fue a visitar a la mujer del discípulo. Una vez llegó a su casa, sin mediar palabra, cerró su puño y lo colocó delante de la mujer. Ésta quedó asombrada.
— ¿Qué quieres decir con esto? –preguntó sorprendida la mujer.
— Imagina que mi puño fuese siempre así. ¿Cómo lo definirías? –le
pregunta el sabio.
— Deforme –respondió ella.
Entonces él abrió la mano totalmente ante la cara de la mujer y dijo:
— Y ahora imagina que fuese siempre así. ¿Qué cosa dirías?
— Que es otro tipo de deformidad –dijo la mujer.
— Si entiendes esto –concluyó el sabio –eres una buena mujer y estás en el buen camino, continúa por él.
Y se marchó. Después de aquella visita, la mujer ayudó al marido no sólo a ahorrar, sino también a distribuir a los necesitados.